Por Alejandro Enciso.
El amor eterno es una mentira creada para hacernos creer que existe alguien que nos está esperando y con quién seremos felices. El paraíso terrenal que se nos está prometido, el síndrome bella durmiente propagado en las mentecitas infantiles. Todo esto viene a derrumbarse cuando la primera persona te deja una huella y nos enteramos, a veces muy cruelmente, que el amor, si existe, debe ser una criatura de furia blanda. Y entonces ya no son cuentos de Disney distorsionados de su fuente, sino canciones de desamor emitidas por voces ebrias, como si cantando banda o a José José se fuera esa sensación de odio y frustración clásica hacia la persona que se amaba. Del amor al odio no se necesita mucho, sólo el empujón de una supuesta ofensa.
Y de la supuesta ofensa a la venganza siempre se imagina que se gana algo. ¿Qué se gana de imaginarse o ver a esa persona retorciéndose por habernos ofendido? No lo sé, pero esas venganzas pueden ser atroces, a veces, pueden traspasar la vida y los muertos siguen en su tarea de odiar. Así le pasa a Celia, la principal personaje de la novela Ecos de Atenea Cruz. Quién no satisface su odio por una supuesta ofensa que le hizo su primer amante enano, sino que se desquita con su esposo. No es quién la deba, sino quién la pague. Y el desquite es brutal, más de lo que usualmente sucede entre marido y mujer.
Paréntesis. Si una hembra quiere a un hombre, por él puede dar la vida. Pero hay que tener cuidado, si esa hembra se siente herida, la traición y el paladar hendido son cosas incompartidas.
Una de las cosas a resaltar es que esta historia se entiende como una puesta en escena trágica, un reflejo oscuro del circo que es la vida. Circo, maroma y teatro. Y es en un circo ambulante rascuache norteño dónde la historia debe comenzar. Sólo que en esta historia vamos al revés, es retrógrada, el final va al principio y un origen de la maldad, hasta el final. Empezamos en la tercera llamada y acabamos con la primera. Lo que me deja pensando que si el libro se queda en la tercera llamada del principio, ¿cuándo empieza el espectáculo? ¿Es aún peor la vicisitud?.
Segundo paréntesis. Una vez un regio me dijo que las peores mujeres son las de Durango. ¿En serio?- le pregunté dudando de su veracidad. En serio -me respondió- dímelo a mí, que estuve casado con una y conocí a toda su familia y conocidos. Son como los alacranes que abundan allá.
En Ecos, observamos que la autora responde a la pregunta de ¿porqué es así Celia? Se dirige correctamente a sus orígenes familiares y apunta a la razón del nombre de su madre. De ahí se desenrrolla la madeja de hartazgo, represión sexual y ambientes claustrofóbicos en el que madre e hija se parecerán en algo: ambas huyen de sus madres. Ambas no pueden con la carga, ambas enloquecen, ambas desean a un hombre que las abandona y se quedan como fantasmas. Ni en la muerte se perdonan lo que creen es el peor de los pecados que le achacan a sus respectivas madres: ¿porqué me pariste tú?.
Y así, una historia de fantasmas, que bien pudo seguir en un cuento de terror sobrenatural, se transforma en un terror psicológico que bien vale la pena leer para hacernos pensar en el peso que cargamos por ser hijos de nuestros padres.